El aprendizaje "enamora-tivo"
Tiempo de lectura: 3 minutos ¿Por qué es tan importante lo que se conoce como “un bonito recuerdo” o “una buena impresión?
A lo largo de nuestra vida experimentamos multitud de sensaciones, emociones y sentimientos que determinan en gran medida las actuaciones que llevaremos a cabo en cada situación. Pero, ¿realmente somos conscientes del significado de estos conceptos? Recordando al prestigioso investigador en neurofisiología António Damásio, procedemos a distinguir los términos en cuestión en tres sectores completamente diferentes pero contiguos.
En cuanto a las sensaciones, se las identifica como las impresiones que se han visto provocadas a través de un estímulo interior o exterior. Por un lado, se encuentran las sensaciones corporales que tienen relación directa con los sentidos: ¿qué sensación nos produce un ruido muy agudo, un olor agradable, una bebida dulce, una caricia suave,…? A su vez, se puede entender como la percepción de un cambio o desequilibrio: calor, frío. Pueden referirse a un estado físico, como por ejemplo tener la sensación de querer llorar o un estado intelectual, en el que la sensación pasa a un plano de abstracción como por ejemplo, sentirse abandonado.
Nos referimos a las emociones cuando hablamos de la respuesta que se da después de percibir algún desajuste originado por una sensación. La complejidad de las emociones en lo que se refiere al lenguaje hace que para expresarla, no sólo utilicemos términos sino que también hagamos uso del lenguaje no verbal ayudándonos de gestos y actitudes. La dificultad que acompaña a este concepto viene caracterizada por su fundamento sociológico, es decir, éstas contribuyen a una mayor y mejor adaptación al entorno en el que nos desenvolvemos. Así mismo, la parte racional no participa en ella desde un primer momento, por lo que suelen ser estados que acontecen brusca y súbitamente originados desde numerosas fuentes: neuroquímicas, cognitivas, fisiológicas,etc. Si un día mientras paseamos por el zoo con nuestros niños vemos como uno de los leones se escapa de su zona, automáticamente sentimos miedo. Efectivamente, las emociones son prelógicas, de corta duración, son la primera reacción frente a un nuevo escenario, antes de reflexionar sobre cómo se va a actuar. Alguna vez hemos visto a un bebé llorar e independientemente de la nacionalidad que tenga somos capaces de averiguar si llora de pena o de risa. Esto es debido a que las emociones básicas o primarias están presentes en todas las culturas y en todo ser humano. Otro asunto es el de involucrar un conjunto de actitudes, creencias y cogniciones para sintetizar o valorar una situación concreta; puede coincidir o no que dos personas exterioricen en mayor o menor similitud en sus actos la emoción de vergüenza o desamparo (emociones secundarias). Por tanto, cada persona percibe una emoción de una manera única, dependiendo de sus vivencias pasadas, su carácter, el contexto en el que se de y de su aprendizaje. Así pues, entendemos que las respuestas que da el cerebro cuando detecta un estímulo emocionalmente competente, es decir, cuando el suceso que ha desencadenado dicha emoción es real o evocado mentalmente, se liberan una serie de respuestas inconscientes.
El origen de estas respuestas se da en el repertorio de conductas aprendidas a lo largo de la vida (emociones secundarias: culpa, orgullo, vergüenza…), junto al cerebro que es el que se encuentra preparado evolutivamente para responder a determinados estímulos (emociones primarias: disgusto, triteza, miedo, alegría e ira).
El resultado final de las respuestas producidas es un cambio en el estado de las estructuras cerebrales y en el estado principal del cuerpo, con el objetivo de conseguir que el organismo continúe en un estado de bienestar y favorezca su duradera supervivencia.
En último lugar, los sentimientos son la evaluación consciente que se hace tras haber percibido el estado corporal durante una respuesta emocional. Al contrario que las emociones, los sentimientos son conscientes. La intensidad o la duración del estado emocional en el que nos encontremos se deberá al proceso cognitivo que se haya llevado a cabo, con lo que cada sentimiento se puede mantener, amplificar o incluso extinguir. Este proceso no es ni mucho menos sencillo, se requiere una gran habilidad emocional y una buena gestión de las emociones.
Para que toda la cadena descrita anteriormente de comienzo, se desencadena una emoción que seguidamente se va a evaluar y que posteriormente se preparará para la generación de posibles sentimientos. Esto nos lleva a pensar en que los pensamientos que se ven relacionados con la emoción llegan después de que ésta se haya generado. Por ejemplo, los sentimientos como el de alegría, vienen después de que ya se hayan podido observar en el cuerpo las acciones corporales correspondientes a dicha emoción. Una vez se ha tomado conciencia de las sensaciones (variaciones) después del estímulo, la emoción se convierte en sentimiento. En el supuesto de recibir un regalo de un ser querido; la emoción nace de forma espontánea debido al estímulo del regalo, seguidamente valoramos de forma automática el estímulo (si nos conviene, si es bueno, si nos desagrada…) y por último, tras haber sufrido la variación correspondiente en nuestro organismo (sensación de nerviosismo al abrir el regalo, sudor en la frente, pupilas dilatadas…) y siendo conscientes de ello, marcamos lo que estamos sintiendo (la emoción) con la denominación de dicho sentimiento, en este caso podríamos decir que tenemos un sentimiento de sorpresa.
De ahí la composición del vocablo que da forma al título de dicho escrito, muy lejos de querer formar parte de un diccionario sí pretende facilitar la comprensión de dos conceptos que se suelen tomar por vías distintas. Por una parte encontramos “enamora” refiriéndose al hecho de “enamorarse con facilidad” y por otro lado está el sufijo “tivo” de la palabra “significativo” haciendo referencia al verdadero aprendizaje, aquel que tiene un significado relevante o peculiar.
Finalmente, la fusión de estas dos palabras da vida a una nueva forma de entender cualquier tipo de enseñanza o aprendizaje; aquella en la que se proceda a constituir cada elemento que conforma un todo, por medio del desarrollo de sentimientos favorables que dotarán de fuerza lo asimilado. He ahí la importancia de dejar una huella positiva, pues por pequeña que sea seguramente será la clave de una futura soldadura en buen estado, que llevará el peso de cuestiones mucho más pesadas que darán forma al carácter del aprendiz.